El cuerpo descubierto,
en una mesa los comensales,
lluvia de sapos, alcantarillas y laberintos.
He cerrado todas las puertas, la conexión al recuerdo;
Vengan a ver la obra, de sudor y sangre,
con ojos cocidos, con la boca cerrada.
El poeta ejecutado, la parte que no late ni respira,
la sonrisa de mañana, el alba de sus restos.
Quién no extraña la mirada, quién no sabe un cuento de
hadas.
Se iran a mirarme desde una cerradura,
con la felicidad colgada de un saco,
y un vientre pálido,
a la orilla de un río de cemento, un árbol de hormigón,
el sueño premonitorio, el pulso firme,
las rimas correctas,
bien vestidas y adecuadas.
Con la calma de saberse cuerdos, con las manos desbordadas,
unas semillas en los bolsillos, el café amargo de la
oportunidad,
la pulsión por salvar la locura, sanar lo que añora el
desgarro.