Un año prometedor de tristezas repleto, de inviernos crudos vacíos, de sueños lumínicos, de poesía, y montones de fotografías. De películas amorosas, de posibilidades creativas, de horas complicadas, de días perfectos, papel de regalo, cielos abiertos, desayunos con café instantáneo. De los más lindos minutos, de sorpresas y buenas notas, de discos nuevos, de amigos bien presentes, de lluvias, inundaciones, tierra fértil, arcoiris, visiones marinas, arcas prendidas fuego, decisiones, finales, adiós.
Un año plagado de insomnio, fobias y ataques de pánico, de asco, cucarachas, peleas, cansancio. De distancias dolorosas, de desapego, casas ajenas, filosofía caracol, familias plajeadas, desgarros, caos, esguince, anemias, orzuelos, dolores de panza, narices rojas. De ilusiones famélicas, de hambre, frío, déficit, números rojos, lágrimas hasta el desmayo, reflexiones, culpas, mentiras, engaños, silencios, de préstamos infieles, y pactos con el diablo.
Un año incierto, donde el vivir fue ahora y ya, donde el tiempo no me espero para descansar, donde la lucha fue constante y sin tregua. Donde me cagarón a palos, donde las noches fueron exóticas, algunas devastadoras, otras regeneradoras. Aprendí palabras nuevas, un año bien urbano, edificios, medianeras, sobreinformación, pegada a los horarios de trenes y colectivos. Gracias 67, 71, 41, línea Mitre, D subterráneo.
Y todavía queda un poco más para cerrar el balance, pero este año fue ansioso, impulsivo y furioso, fue tomar lo que quise, y echarme a correr, fue arreglar y comprar soles artificiales, fue sentir el dolor de las heridas, obligarme a ordenar, a generarme hábitos nuevos, así disfrutar la adrenalina, padecer cada puto domingo. Fue trabajo de hormiga, fue romper paredes, soltar lo que sobra, aferrarme a lo que realmente importa, y sonreír por sobre todas las cosas…sonreír y saltar.