Con flores de mentira baratas se fue ella al altar de las tristezas,
nos dejó afuera a los huérfanos, los bastardos sin fé,
con la tele de fondo, y cuervos tras la puerta cerrada,
comida congelada, Alplax y Rivotril para la cena.
Los golpes de las manos homicidas, los ecos, las torturas,
en un sueño teñido, frágil como las alianzas entre madre y mujer,
testigos mudos del crimen, ángeles se llevan un cuerpo,
para cuidar las apariencias, a la espera de la psiquiatra,
forenses en ambulancia con olor a lavandina,
prenden fuego la herencia, las despedidas,
y al manicomio el alma con uniforme,
de amarillo enfermo las paredes del limbo.
Otra ocupa los espacios, se tapan todos los espejos,
horarios de hierro, mirada de vidrio, cubiertos de plástico,
rejunte blando, vulnerable, demasiado sensible para ser útil,
los adictos, los locos, los depresivos, los poetas, los músicos,
me olvido por años que ahí se quedo
a morir un mundo hecho a medida,
para forzar la entrada, para que entre luz,
cierren las heridas.