El Fracaso, no espero al cruce fronterizo, y me apuñaló a la
vista del río, con mi madre y hermano de testigos. Sin miedo, desafiante, me
puso contra las cuerdas del abismo, un lunes, sopló y caí. Solo recuerdo la
belleza de sus ojos cuando sonreía, el dolor llega minutos más tarde. Pestañas
bien tupidas rubiecitas, el matiz del iris entre verde y marrón. La forma
redondeada, la luz tan particular de ellos, cuando yo era el mundo, el paraíso
y el futuro. Deje que me tumbara, y ahí quedé, a oscuras, sangré con el
atardecer de un final. Fingí un falso
bienestar al comienzo del Martes, tonto que La Culpa llegará con una canción,
horas interminables, hasta que su tristeza y desolación finalmente acabaron con
lo poco de espíritu que resguardé antes de salir de Saavedra. Llegó al centro,
y durante la noche me torturo, una y otra vez esos flashes del día donde todo
se vino abajo, cuánto daño le hice sin saberlo. En la ignorancia del amor,
quebré de formas incorregibles una promesa, y vi ante mi, al demonio volverse
una cara compungida en una huida prematura, una persecución de sueños sobre
ruedas, que nadie llego a alcanzar. Lo entendí, lo sentí todo, el estigma de su
cruz, me hizo compañera de aquel viaje del que ninguno volvió igual. El mundo
siguió girando como si sus tristezas no valieran el luto de mil madres, mil
amantes, mil soñadores. La Culpa me hizo misericordiosa en la hora más oscura
de la noche, cubrió mis manos y me abrazó hasta el encuentro del alba. Por
algún tonto motivo pienso que alguien lloro conmigo esa madrugada.
Y llego el miércoles, con calor sofocante, sin apetito, ojos
hinchados, con ciertas prohibiciones. La disciplina de no prender la tele, no
ver futbol, no imaginar encuentros, no buscar consuelo, dejar a Dios con las
pastillas al costado. Con la idea firme de entrar al Hades con la cabeza bien
alta, para que El Recuerdo me fulmine. Con esas mañanas de verano, esos
pijamas, esos proyectos, el perro, el hijo, la casa, los muebles, esa alfombra,
Europa en invierno, las arrugas, los dientes, el rechinar de las puertas, cada
detalle que veo mientras escribo; el olor de su piel, el perfume que jamás
dejaré de sentir, la risa que habrá de hacerle eco a todas las demás. La
envidia por quien te vaya a tener ahora, los celos de entender que alguien
mejor vendrá, y solo seré un enamoramiento superficial, sin ninguna otra gracia
más que la de un final turbulento. El recuerdo destruye de una forma tan sutil
y amorosa, lenta pero violenta es por naturaleza luminoso, no puedo evitar sonreír
mientras la tristeza colisiona y una luz padece, porque no hay lugar para huir donde no nos
alcance el demonio del Tiempo, la espera con la esperanza ahorcada, y el
miércoles hizo de mi una pluma en el viento. Sin fe, ni ansiolíticos, me juré
morir de amor, cuando se hubieran agotado mis memorias felices, y mis lágrimas
hicieran del límite una línea pintada con crayón.