Una victoria que la pérdida deja agridulce en mi boca. El
silencio de las tristezas, ojos negros, cuerpo lánguido, tregua supongo,
conquista del exilio sobre el abandono. Viejas costumbres del corazón, de
sueños que dan a luz en la oscuridad, de errores que dejan de culparnos y nos
permiten soltar aunque estemos atados. Será que nos regeneramos, que por
trillado que suene, no hay nada que el tiempo no pueda sanar.
Empieza un día cualquiera; un jueves, un martes. Te levantas
de la cama con un resto de energía distinta, con una sonrisa olvidada al costado
de la pasta dentífrica. Un día nomás, salís a correr, a buscar trabajo, a
tomarte un tren, a esperar un colectivo. Llegas a hacer 5 kilómetros, con la
mirada fija al frente, con los músculos adoloridos, la respiración agitada. Volvés a tu casa a hacerte un gran desayuno,
el primero en siglos; café con leche, tostadas con mermelada, jugo y una
banana. Un día cualquiera la inspiración regresa, te das cuenta que estas lista para volver al
campo de batalla.