Invierno homicida, no sobreviví a tu desastre, se confundió mi corazón, se perdió mi alma por el camino. Que problema tener que padecer este duelo después de lo que hice anoche. Ella siempre tan errática e impulsiva, tan cabeza dura. Vos te volviste loco, me dijiste “hacelo en un bar, en cualquier otra parte, pero andate” y yo me emperré más.
Lo dije todo egoísta, el efecto de la locura, y la resaca en mis venas, neuronas atontadas, silogismos sicodélicos en la destrucción y mi caida. La necesidad mostrando su peor cara, con olor a cigarrillo en mis manos. Me hago cargo de mi, escribí el guión, y me olvidé la dignidad en el ascensor. Aposté la última ficha, y se tragó la realidad el sueño roto.
Me quedó el vacio explotando por cada rincón, encontré el llanto cuando la ruta se bifurcó, el beso nocturno y prohibido de dos extraños a la espera del sol. Sombras urbanas sacan boleto al dolor. Ciudad de mierda, que delirio, ojala no hubieras estado a 40 minutos de tren. Si me arrepiento, me torturo y maldigo, el final hubiera sido el mismo, lo sé. Mi agonía sería esta un domingo o un viernes. No hacía la diferencia la lluvia o el tiempo, tu estado enfermo o mi sinapsis alterada.
Toxica la herida, un nuevo punto de partida, un llamado a la solidaridad el deseo por olvidar, la despedida, el adiós. El mounstro que fui, película de terror clase b, patético, tristísimo.
Por suerte, o no se, por eso que dicen que la vida aprieta pero no ahoga, hoy me desperté distinta, a fuerza de voluntad y cachetadas, me bañé y cociné, me obligué a cambiar el playlist de mi celular y escribir. A ver lo bueno que me quedó, y tus fotos, la prueba fehaciente de que te reías de a ratos, de que te enamoraste de mi la madrugada de un sábado mágico.