Miles de bombas estallan en el cielo nocturno de mis ojos. La ilusión se apodera de mi rostro con una amplia mueca de alegría, y todo se ilumina. Las horas saben distintas mojadas, las palabras añejas se acurrucan en la lengua o detrás de los dientes, imponen mudas cierto respeto.
Silencioso un abismo repleto de ideas extrañas conmueve mi mirada. Siento desbordarme; mariposas revolotean en mi estómago, mi cuerpo se despega del asfalto húmedo; me vuelvo una partícula colorida sorteando las gotas que dibujan el suelo, para llegar más alto, más...
No hay gravedad, no hay tiempo; no, no hay más que la lluvia y yo que la contemplo por fuera, por dentro. La gente corre, esquiva charcos, huye hacia ningún lado...Corren por temor, de limpiarse, llenarse, vaciarse.
Me elevo, llego a las entrañas del cielo morado, toco nuves que rugen. Me electrizo; la corriente purifica, me despierta. Los latidos en mi pecho quiebran mi mente, mi razón es indiferente. Como martillos machacando, mis sueños derriban paredes de prejuicios y miedos. A una velocidad a penas perceptible, llena, paseo por el universo interior de todo lo que soy.
Flotando voy, prendo un cigarrillo con la imaginación, capturo esta emoción que me hace tiritar. Sosegada, satisfecha, una estrella se deja ver a mi costado, y los ángeles cesan su llanto. Me envuelven con fuerza los brazos del viento, no me dejan aun. Procura la última gota un beso inmortal, me abraza esa gelidés nocturna un instante eterno. En el que con pesar gentil, me hace descender, y me saluda hasta la próxima vez.