Tan imprudente como decir la verdad, romper los cristales que me tienen aislada. Se extiende el olor a humedad de mis partes guardadas, las moléculas de aire quedan atrapadas. Los espacios se tornan pequeños, todo es extraño y nostálgico al unísono, y me desespera. Siento que no hay abrazo que cure estos dolores.
No hay nadie a mi alrededor, no puedo apagar la luz, para dormir. Tengo miedo…
Que más, si me ve y no me quiere…ya antes se fue, dejándolo todo abierto, por nacer, me consuelo. Porque es irremediable mi enfermedad, ya que más da…esta en la piel, en los enlaces de los días y las noches, los desayunos, los mates. Pegado a sentidos nuevos, de mi mano por calles sin gracia, en mis ojos asomando siempre.
Cínico pensar que puedo poner limites, pretender distancias inmantenibles, por miedo, por no ser lo suficientemente fuerte para soportar la noción verdadera y real del amor. Es mucho solemos decir…Menos mal que era yo la que saltaba, la que se desangraba…Un pepino, una “pretender” total.
A veces me pasa, y me tortura el sobrepensamiento, mi forma calculadora que vence todo razonamiento lógico, y me deja como estatua en un pasillo oscuro, con miedo, mucho miedo y angustia, porque no soporto la felicidad, porque tengo que cagarla para sentirme en sintonía con mis propios fantasmas. Soy de las que la cagan en los mejores momentos, las que rechazan un abrazo para hacerse fuerte, o se mueren de dolor, pero lo prefieren a necesitar. Tristísimo la verdad…y viene de la infancia…nos justificamos más tarde.