Estampidas en mi pecho,
convocamos a los magos,
a las hadas, los vampiros,
al dios de los libros,
a los del Olimpo.
Nadie vino a vernos arder,
nadie dijo cuándo terminaría el castigo.
No hago tiempo a vendarme los ojos,
a taparme los oídos,
a sacarme el corazón.
Me dejo matar en el caos,
la desesperación anida,
mis restos y la impotencia.
Flotamos boca abajo,
donde escapaste de mi risa
un amanecer cualquiera,
analgésicos, consuelo, perdón,
me engaño y vuelvo a creer.
Los ojos a la luz del orgasmo de plástico,
las bocas de vinagre,
se ve mi alma entre tus huesos carcomidos,
tu pecho sobre mi espalda arqueada,
el suspiro aterrado del insomnio
en mis abismos morados.
Nadie vino a vernos arder,
nadie dijo cuándo terminaría el castigo.