Hemos
salido del bunker a ver que el mundo sigue en pie, que el sol sigue ahí, que
todavía hay café y yerba. Bienvenido lo que viene a transitar por las arterias
del futuro, por lo que llega a conmover y plantar bandera. Acá hago base, acá
desempaco, enfundo mi pistola, dejo besos en la esquina, y migas por las dudas.
Los
sentidos compuestos, engranan una vez más la pulsión de vida, restos de
caramelo, y un color distinto de ojos. Tengo todas las piezas; tornillos y
martillo, ganas de hacerme la cena, y comprarme zapatillas nuevas. Salgo de la
cueva. Hola a quien calma la ansiedad y me enseña una normalidad anormal.
Actos de bondad desconocidos, desde un boleto de colectivo hasta un oído infinito.
La luz refugiada debajo de la baldosa floja, los huesos que se dejan alumbrar a
la mueca de una boca llena que el beso vacía, las señales de una religión que
no es otra que la del arte y la fotografía.
Todo
cambio nos precipita a una mejor versión de nosotros mismos. Tengo fe, en la
noción de que como dijo un gran escritor, el dolor es el precio por ensanchar
el alma. Hemos de parir tristeza y caminar con ellas, hacernos amigas del peso
que representan, ser libres en sus cadenas. Todo tiene un sentido, que en la
claridad del alba se revela, en el buendía de nuestra esencia una cicatriz es
un trofeo de vida, una certeza que erra y nos recuerda nuestras miserias, pero también
así nuestras fortalezas.
Ahora
por afuera, celebro lo que surge de las cenizas, lo que da un alma al barro, un
cuerpo al viento.