Algo regresa envuelto de luz, es un calmante, una caricia del viento. Una mirada, un silogismo que flota y entra. Es una fuerza que hecha raíces, un río que limpia mis venas. Aire que desgarra en el pecho, un espejo del cielo en la piel, la vela que flamea en el horizonte de lo que fue y lo que llega.
El canto que rompe con las campanas de la procesión, un
pequeño gesto amable, de una boca que me besa la panza. Y se mueven en mi espalda, tus alegrías, se
limpian el polvo, rompen mis escamas, la piel muerta, lustran mi poesía, brillan los contrastes.
Amanece incierto un resplandor que no esperaba, un cielo de
incógnitas. Escojo un pincel que sólo deviene y nunca dibuja contornos. Imagino
mil luces que jamás descubren secretas oscuridades. Todo parece acabar al fin,
pero emergiendo, bautizando entropías y eternos retornos. Saludo a todo aquello
que ha sido bendecido por el azar, rescatado de grises razones y hundido en el
barro de las pasiones mas profundas. Camino de una vez con pasos que me
ensordecen. Te tomo la mano y ya no me importa que mires. Tu sombra es ese
manto invisible que atraviesa mi cuerpo. Con la luz de una estrella muerta, con
la gracia de un corazón despojado. Todo aguarda y languidece en palabras de
piedra tallada. El papel escurre de tintas que no son más que lágrimas que aun
no he llorado. Sábanas de antaño corroídas por falsas ilusiones, miedos y
muchos sapos. Nada permanece excepto el absoluto silencio que marca el otoño de
mi ser, un alma que se marchita en la cárcel del pensamiento. El fin de una era,
un sol que fallece, otro que se despierta. Nada se aferra a la primavera, voy a dormir en
paz, en la transformación del amor, como la metamorfosis de una mariposa, ella
que reza por sus alas, en una crisálida del color de la luna, protegida en los
brazos de un roble.