Una figura de plástico encerrada en párrafos, el coqueteo
luminoso de su cara pixelada estallando en mis ojos como si la vida volviera. Como
si por algún lado alguien encendiera una luz para marcar un camino distinto. Todo
confuso e indefinido, frágil y angosto, pero nuestro. Sigiloso como un cazador de sueños, como un asesino en serie. Viene a matarme el miedo.
Trato de dejarlo y romper, pero permanece inescrutable, dulce y bello, haciendo la tarea de la
resignación casi un imposible. Y caigo ante la vulnerabilidad de la añoranza, de
la necesidad primaria, de sentirle el cuerpo, verle la sonrisa, y el vacío que
le sigue a cada encuentro onírico, cuando despierto, y es todo diferente, y
nada encuentra el sentido que motiva los errores. Es un hueco en la tierra, uno
infinito, oscuro y desolador. Hay momentos donde me gana la ansiedad, y el día
me trae otro ataque de pánico y angustia. La vida se va lejos, me disocio para
tolerar la idea de que ya no será lo que fue. Sigo.
La tristeza parece aliviarse con las caricias del sol, de
nuevo retomo mis tareas, y corro lo más rápido que puedo de su tiempo. Las
aguas se aquietan, pero el desastre que dejan mis huracanes es volver a empezar
de cero conmigo, procurando casi hasta el desmayo detener el llanto, rearmar el
corazón y la mente.