Hoy es una de esas noches en las que la realidad se transforma. Todo parece menos normal. El aire es pesado, como si se olfateara la lluvia en cada brisa cansada. Es tarde, y me encuentro sola con el silencio y esta hoja en blanco. Una idea se posa, una mariposa en mi mente. Sus alas se desplegan como un arco iris de verano, su luz infecta cada rincón de oscuridad, puedo ver claro, puedo sentir la calidez en mis mejillas, la tierra fértil bajo mis pies descalzos. Respiro profundo, dejo que el aire traspase y limpie. Siento la libertad rompiendo por las heridas de mi espalda, queriendo florecer como un arbusto de lavanda añejo. El aroma intoxica mis sentidos.
Me animo a cerrar los ojos despacio y percibo que dejó este mundo. Lo veo lejos, demasiado pequeño para importar. Desaparecen los limites del cuerpo, se evaporan mis miedos, una a una, cada célula se torna luminosa, brillo intensamente junto al sol de enero. Soy un rayo de luz, viajando por el tiempo, me voy. Errático, impredecible reboto, me balanceo, doblo, contraigo, disperso, estallo, me formo. Viajo a través de los bosques, nado en los océanos del antártico, surfeo por los cielos mas viejos. Todo lo hago, todo lo veo, todo lo siento…La inmensidad del universo me acoge como a una hija perdida, me abraza con fuerza, con firmeza. Su corriente de vida me recorre entera, y una sonrisa satisfecha, se distingue en el haz de luz del cual soy parte. De a poco recobro mi molde; me solidifico en la carne nuevamente, la luz desaparece, pero aún estoy tibia.